La compra de Na Bolom en 1950 por Frans y Trud causó un gran revuelo en San Cristóbal. Los lugareños se preguntaban qué harían estos excéntricos extranjeros con el ruinoso edificio. Una de ellas era una niña, Beatriz Mijangos Zenteno, que vivía cerca y solía jugar en la esquina de la calle. Un día le picó la curiosidad y llamó al timbre de Na Bolom, huyendo antes de que Frans o Trudi pudieran abrir la puerta. Volvió al día siguiente e hizo lo mismo. Al tercer día, sin embargo, Frans la sorprendió justo cuando ¡ha tocar el timbre!. La regañó y Beti, aterrorizada, rompió a llorar y prometió no volver a hacerlo. A pesar del susto, la curiosidad de Beti seguía sin saciarse. Poco después volvió, esta vez llamando a la puerta.
La recibieron como «la niña del timbre» y le dieron chocolate caliente. A partir de ese momento, Beti empezó a visitar la casa con frecuencia, ayudando en distintas tareas. No le gustaba la escuela y prefería pasar el tiempo en Na Bolom. Frans y Trudi se encariñaron enseguida con la persistente niña de amplia sonrisa y la invitaron a vivir con ellos. Aunque en un principio se opuso a la idea, el padre de Beti acabó cediendo y Beti se mudó a Na Bolom como parte de la familia. Para Frans y Trudi, que nunca tuvieron descendencia biológica propia, Beti se convirtió en una hija adoptiva. La cuidaron, educaron y a menudo le confiaron la gestión diaria de Na Bolom. Les
acompañaba en sus expediciones a la selva y compartía con ellos su pasión por la selva y los lacandones. En Na Bolom, Beti también desarrolló su amor por la jardinería y la cocina.
Trudi le enseñó muchas recetas suizas, y con el tiempo Beti amplió su repertorio culinario, añadiendo influencias únicas de Dinamarca, La Selva Lacandona y Los Altos de Chiapas. De estas deliciosas recetas y las historias que hay detrás de ellas se recopilaron en un recetario en 2014.